Ya anunciábamos un otoño muy interesante en Barcelona en cuanto a exposiciones y por ello me he puesto en marcha empezando por dos muestras que han colmado sobradamente mis expectativas y eso que tan solo acabo de empezar…

Antes que nada, me gustaría resaltar que, aunque suene a añoranza subjetiva o a una especie de apoyo a la frase de “cualquier tiempo pasado fue mejor” muy propia de personajes poco progresistas y más bien cerrados a cualquier novedad o a las tendencias de la actualidad; la verdad es que hubo unos años que podríamos acotar entre los últimos 30 del XIX y los primeros 40 del siglo pasado, en que parece ser que los dioses dieron una oportunidad a los humanos de acercarse a la perfección. O, mejor dicho, utilizando una palabra muy actual y a mi parecer, estúpida, la “excelencia”.

Pero vamos por lo que nos interesa. La galería Gothsland ha organizado con motivo de su cuadragésimo aniversario, una exposición con obras de Ramon Casas. Esta sala ya nos tiene acostumbrados a tratar a menudo con su especialidad que no es otra que la época modernista y concretamente esta corriente social y artística en todos sus aspectos y que tanto marcó la estética de toda una época en Europa y América latina, aunque con distintas denominaciones. El modernismo catalán, pero, consiguió una personalidad propia que es visible tanto en las artes plásticas como en la arquitectura e incluso en la literatura.

Ramon Casas es uno de los exponentes más reconocidos de ese movimiento y la muestra de sus obras en la Gotshland es lo suficientemente representativa para hacerse una idea del trabajo de este fantástico artista. Dibujos, pinturas, carteles y objetos decorativos conforman el conjunto que se nos ofrece y por supuesto, no decepciona en absoluto. Alguien podrá decir que la técnica usada no es nada novedosa ni rompedora, pero no se puede negar que la forma de tratar el retrato o incluso el paisaje es de una sensibilidad asombrosa. Alguien podrá decir incluso que esa tendencia fue absolutamente burguesa y elitista y es verdad. No creo que hablando de Arte eso sea ningún problema pues el resultado emocional es lo que cuenta y al final el disfrute y la admiración están asegurados ante la visión de unas obras que nos trasladan a una época de efervescencia emprendedora y de un interés por el Arte inusual. En resumen, la visita es muy recomendable y aunque no compremos ninguna de las obras expuestas, pasaremos un tiempo muy agradable admirando el delicado trazo del carboncillo con el que Ramon Casas dibujaba a Julia su esposa y musa o a Clo-Clo (Clotilde Pignet) la “top model” de la época. O los carteles que marcaron el principio de la publicidad gráfica e incluso, los responsables de la Galería, han colocado en el centro de la Sala, un coche del periodo, novedad técnica a la que fue tan aficionado el pintor que incluso lo plasmó en varias ocasiones como complemento a sus grupos de personajes.

Muy cerca de allí se encuentra la Fundación Mapfre que en sus escasos tres años de vida ha demostrado una capacidad extraordinaria para ofrecer muestras de una calidad indiscutible. En esta ocasión me dirigí a ella con la intención de visitar la exposición denominada “Picasso-Picabia. La pintura en cuestión”, un título que plantea una serie de interrogantes aun dejando a un lado la relación entre los dos artistas. Por tanto, lo mejor es ver las obras y formarse una opinión de lo que el nombre de la muestra quiere suponer. Como ya he comentado, esta Institución sorprende siempre por la calidad y cuidado con el que monta sus exposiciones y sorprende más cuando ves que las obras que hay no son ni mucho menos de segunda línea., al contrario, algunas de ellas son muy significativas.

La exposición no intenta ser una competición entre los dos artistas sino simplemente una comparación más o menos conceptual entre ellos, enmarcada siempre en el contexto de las diferentes épocas que atravesaron los dos, cada uno por su lado, pues personalmente, apenas se conocieron o mejor dicho, congeniaron. Con amistades comunes, pero en la distancia. Sorprende en gran manera como los dos siguieron las corrientes artísticas de cada época y como las obras, cada uno con su personalidad excepcional, daban a veces la razón a quienes en sus principios los confundían por la similitud de sus apellidos.

Pero el verdadero “quid” de la cuestión es lo acertado del subtítulo de la muestra, “la pintura en cuestión” … Y es cierto, en esos años tan especiales donde todo se puso en entredicho, la pintura fue una de las artes donde ese efecto tuvo más repercusión y los famosos “ismos” se sucedían con una facilidad pasmosa. No es banal afirmar que como ellos mismos decían, de lo que se trataba era de “asesinar a la pintura” y viendo esta fantástica exposición te das cuenta de qué a punto estuvieron de lograrlo, pero el resultado fue todo el contrario ya que consiguieron renovarla eso sí, reventando cualquier canon establecido. Cubismo, dadaísmo, constructivismo y ante todo, talento y genialidad se pueden ver en esta muestra que lejos de ser lo que parece por el título, un gancho publicitario, es una lección práctica de lo que fue toda una época excepcional y con ello vuelvo al principio de mi escrito.

No puedo dejar de reafirmar cien años después, la vigencia de esos artistas no solo en la pintura sino en todas las demás disciplinas artísticas, que consiguieron realizar algo nuevo, algo diferente en su más pura acepción. Algo que acerco como nunca al hombre a su verdadero sentido como especie.