Acudo más por nostalgia y fidelidad que por otra cosa, por nostalgia y claro, por cariño. En estos años nos habíamos hecho muy buenos amigos aunque, todo hay que decirlo, nunca quiso pintarme un retrato y finalmente se lo tuve que pedir a Madrazo.

La vida siempre nos sorprende. No hace ni tres meses que me escribía y en sus letras denotaba una alegría y una placidez contagiosas.

Amigo Goyena, me contaba,

“Estoy contento y alegre. Me siento libre para pintar de la forma que quiero, alejado de las exigencias de Adolphe Goupil mi marchante, que solo quiere verme producir y producir. Bien es verdad que he hecho mucho dinero pero, cada día me arrepiento más de haber firmado un contrato de exclusividad con él.

Aquí en Portici, en la villa que he alquilado con mi familia, me siento relajado y capaz de pintar lo que me gusta. La playa, el mar, mis hijos. Quiero expresar mis ideas verdaderas, evolucionar como artista y el trabajo monótono me estaba llevando hacia la depresión.

Pinto, pinto todos los días y estoy consiguiendo lo que quiero, por primera vez al mirar mi obra me siento orgulloso querido José Domingo.”

En fin, ahora que era feliz, ahora que había decidido venir a Paris y cortar con Goupil, la mala suerte, una triste úlcera de estomago se lo ha llevado a la tumba con solo 36 años.

Me llamó su mujer, Cecilia. Me llamó para comunicarme lo de la subasta y hacía allí me dirijo.

Al hotel Drouot.

Todo lo que le quedó en el estudio.

Me ha suplicado que sobretodo hay una pieza, una obra inacabada, una obra de esa dulce época de vacaciones, que refleja a sus pequeños hijos, Mariano y Maria Luisa en el sofá del salón japonés. Una obra revolucionaria, una pintura que podía haber roto con el clasicismo pictórico. Cecilia la quiere, se niega a que vaya a parar a cualquier coleccionista que la compre solo por la firma y no vea en ella el cambio enorme de esa evolución.

A la obra la han titulado “Los hijos del pintor, Mariano y Maria Luisa en el salón japonés”.

Pujaré por ella hasta el límite… Volverá a casa con su esposa y sus hijos.

José Domingo Irureta Goyena coleccionista y amigo de la familia, consiguió en la subasta, hacerse con la obra de Mariano Fortuny, la última que pintaría.

Cecilia Madrazo esposa del pintor, la tuvo en propiedad y la heredó su hijo Mariano Fortuny y Madrazo que en 1950 la legó al Museo del Prado.

Con número de catálogo P02931 se exhibe hoy en la Sala 063.

Esta obra posiblemente, hubiera sido el principio de una forma totalmente nueva en el estilo del pintor que hubiera revolucionado el panorama pictórico europeo tanto como lo fue años más tarde el impresionismo.

Fortuny en el museo del prado