La diferencia entre falsificación y copia es sutil. De hecho, ni siquiera las leyes actuales definen demasiado bien el concepto.

Por las calles nos hemos acostumbrado a ver como cosa totalmente normal a personajes con sus mantas en el suelo y encima de ellas multitud de objetos. Bolsos, monederos, calzado… Todos de marcas bien conocidas y de precios inalcanzables que estos entrañables sujetos nos ponen a nuestra disposición con un coste al alcance de nuestros bolsillos.

¿Son copias o falsificaciones…? Pero dejando a un lado la parte semántica de estos términos, las marcas que son “atacadas” por ese comercio gastan una gran cantidad de dinero para evitar ese negocio.

Hermès es una de esas conocidas siglas que podemos observar a menudo en cualquiera de esos tenderetes improvisados en nuestras aceras…

Lola Prusac había nacido en Lodz (Polonia), pertenecía a una saga de tejedores industriales de esa ciudad a la que a principios del siglo XX se la denominaba la “Manchester del centro de Europa”. Emigró con sus dos hermanas a París y se instaló en Montparnasse. Era modelista de ropa y gracias a su habilidad, entró a formar parte del equipo de Émile Hermès. Éste era el dueño y gerente de la firma que su abuelo había fundado a mediados del siglo XIX y que, si en un principio había creado fama con sus diseños para la montura a caballo entre la clase alta de la ciudad ahora, había hecho un giro en el negocio y se dedicaba a toda una línea de ropa y complementos de todo tipo. Como otras marcas que conocemos todos, ese tipo de artículos eran directamente creados para las clases más adineradas de la ciudad.

Lola Prusac se hizo un hueco importante en la empresa con sus diseños, primero de jerséis y luego de una línea de bañadores y ropa para el deporte, una actividad que en el periodo de entreguerras se había convertido en la preferida de los clientes.

Nuestra protagonista, viviendo en Montparnasse se aficionó a visitar Galerías de Arte y de ahí le surgió una idea. ¿Por qué no llevar el arte a sus diseños…?

La colección de bolsos de Hermès de la temporada de invierno de 1930-1931 llevaban en su estampado un dibujo a primera vista sencillo. Cuadrados y rectángulos separados por líneas negras combinando solo 5 colores. El “no color” (el negro), el “todos los colores” (el blanco), y los tres colores básicos, el rojo, el amarillo y el azul.

Piet Mondrian vecino del mismo barrio mientras, seguía en su estudio pensando en la teosofía, en la teoría de la “retícula cósmica” y desarrollando en su pintura una abstracción que le llevara a un mundo espiritual en busca del Dios único entre el budismo, el hinduismo y el cristianismo ajeno a todo aquello.

Queridos manteros, no sois vosotros los primeros en falsificar-copiar a las grandes marcas. Ellas ya lo hicieron primero. Y parece ser que les ha ido muy bien.