Puede ser y no se puede en cierto modo negar, que hacer una fotografía es apretar el botón en el momento oportuno. Hablo de antes, de antes de la fotografía digital. De cuando el carrete, un rollo que iba puesto dentro de la cámara tenía su vida finita, o sea, tenía tarde o temprano un final la mayoría de las veces, inoportuno.

 

Aquel domingo que amaneció soleado como casi todos los domingos de todos los Julios, me había levantado temprano y como siempre, salía con mi cámara con la que desde hacía un tiempo retrataba la vida de mi ciudad, mi Barcelona. Sí, de esa forma me ganaba la vida. Trabajando en una profesión que ni tan siquiera en aquellos tiempos tenía nombre. Mis fotografías servían para acompañar los artículos que cualquiera de mis compañeros en el periódico escribía sobre la actualidad municipal.

Vivía bastante lejos del centro, en el barrio de San Gervasio y para captar la vida de la urbe tenía que trasladarme al centro.

Al poco de llegar me enteré de lo que sucedía. No sé por qué ni como, intuí que aquel día podía ser muy importante tanto para mí, como para el resto de mis conciudadanos.

Parecía ser que el Ejercito se había sublevado, hacía ya tiempo que corrían rumores a respecto, pero nadie pensaba que pudieran hacerse realidad.

Se me ocurrió ir hacia el final de las Ramblas, al lado de las Atarazanas. La imagen que me encontré me hizo ver que la cosa iba en serio. Barricadas alzadas por los anarquistas barraban el paso hacia la popular avenida. Las fotografié a toda prisa y pedí más información.

En la Plaza Catalunya era donde los sublevados y las fuerzas leales a la Republica habían decidido librar la batalla definitiva. A toda prisa me dispuse a subir hasta el lugar sin saber a ciencia cierta que iba a hacer una vez allí. No pude acercarme. El fuego cruzado desde cualquier punto de la gran plaza hacía imposible el hacerlo. Los milicianos apostados en el edificio de la Telefónica tenían dominado el espacio. Poco a poco la plaza fue llenándose de bultos tirados aquí y allá. ¿Heridos, muertos…? Que más daba, la imagen era verdaderamente sobrecogedora y yo solo podía captar con mi cámara y desde demasiado lejos, todo aquello que estaba sucediendo.

Pasado el mediodía, el ruido de las armas fue cediendo. Los sublevados sin rendirse huían por las calles aledañas al Paseo de Gracia. Un impulso que ni yo mismo entendía me hizo atravesar la plaza y seguir tras los acontecimientos. Desgraciadamente yo y mi cámara, íbamos por detrás de los hechos.

De pronto me di cuenta de que solo me quedaba un disparo. Al salir de casa no había previsto una jornada así. Pero pensé, no puede ser, no puedo quedarme con las imágenes difusas que he realizado. Necesito alguna cosa más. Algo que capte lo que hoy está pasando en Barcelona.

A la altura de la calle Diputación, de pronto, me encontré con unos caballos que alcanzados por los proyectiles yacían muertos en la acera. A su lado guardias de asalto vigilaban la bocacalle, Todavía no sé cómo, los convencí de que, por un momento, usaran a los caballos como barricada.

Y disparé la última fotografía de mi último carrete.

Soy sincero, así fue.

Hay dos fotografías que al hablar de la guerra civil española a todos nos vienen a la mente. La que, Agustí Centelles nos acaba de relatar y otra de Robert Cappa, Si, esa en la que estáis pensando.

Las dos, son hechas en situaciones falsas. La de Cappa incluso, probablemente realizada por su compañera Gerda Taro. Pero, esas dos instantáneas acabaron por dar nombre a una nueva profesión, la de fotógrafo de guerra y captan de una manera sutil la esencia de aquella barbaridad.

Quizás sea verdad lo de apretar el botón, pero parece ser que a veces, no basta solo con eso. Por ello la fotografía tiene con todo merecimiento la categoría de Arte.