Cuando nos planteamos que es lo verdaderamente estético o qué no lo es, se nos presenta el mismo problema que al intentar marcar las reglas de lo que es moralmente aceptable o no. Es tan difícil señalar la certeza en ese aspecto como gustos, costumbres y en definitiva culturas, existen en el mundo y aún dentro de esa división, cada individuo y su forma de pensar.

Pero en el mundo del Arte la cosa se complica aún más pues entran en juego, intentando marcar esas normas; las emociones y las sensibilidades tanto individuales como colectivas.

A menudo hablamos, porque estamos convencidos de ello, que los cambios tecnológicos y sociales acaecidos en los últimos 150 años han sido excepcionales y que el género humano en ese corto periodo de tiempo ha avanzado más que en toda su historia desde que el primer homínido se puso en pie y empezó lo que suponemos, el desarrollo de la especie. ¿Pero, y en el sentido estético…? ¿Hemos sido capaces de avanzar al mismo ritmo que en los demás campos del creo, demasiado adulado progreso…? Y tras estas interrogaciones, volvemos a encontrarnos con la misma cuestión. Es definible la estética. Es ésta, como quieren hacernos creer, un sinónimo de la belleza o la armonía.

A través del tiempo el hecho artístico ha pasado por diversas épocas que se han querido clasificar según gustos y estilos contemplando no solo su aspecto tecnológico o funcional sino también, el entorno social de cada momento. Incluyendo factores como la realidad histórica y la proyección política de unos lugares sobre otros, el gusto podríamos decir implantado por la potencia de turno. Además, muy a menudo, esa misma costumbre generalizada llevaba a no contemplar la posibilidad de un cambio brusco en la manera de acometer la creación artística. Ni siquiera se planteó esa posibilidad en el momento de la reivindicación por parte de los artistas de su status diferencial con los artesanos en el denominado por ello, “Renacimiento”, Podemos afirmar que los cambios estéticos por decirlo de alguna forma se producían de una manera lenta y gradual que solo se podían constatar a través de la vista atrás a un periodo de tiempo relativamente largo.

 

La estética sin intermediarios El caminante sobre el mar de nubes ( Caspar David Friedrich)

 

Pero, dejemos la historia del Arte y centrémonos en lo acaecido con esta rama de las habilidades humanas en estos, como decíamos, años del avance furibundo de las tecnologías. A finales del siglo XIX como en tantas otras facetas del desarrollo humano hubo una ruptura con ese suave avance en las reglas y maneras de desarrollar las habilidades artísticas de los creadores. Surgió una generación que por lo que fuera o simplemente por el entorno lleno de esas transformaciones en otros aspectos, rompió de forma brusca, sin deseo alguno de continuidad, con el suave y porque no decirlo, armonioso desarrollo de las variaciones y cambios en el estilo artístico. En todas las facetas que hemos dado por clasificar o denominar bajo la palabra Arte, pintura, escultura, música, teatro, literatura, danza incluyendo si queremos, arquitectura, esa fracción de artistas renegó de cualquier atisbo de continuidad y crearon algo que con el paso del tiempo se ha visto que era verdaderamente nuevo, verdaderamente innovador. Lo curioso es que, con todo el trasfondo a simple vista revolucionario del hecho, esos individuos no buscaban la consabida y fácil ruptura sensacionalista por el simple hecho de llamar la atención, sino en la mayoría de los casos y salvo excepciones, fueron innovaciones realizadas por una necesidad honestamente creativa. Esos artistas trazaron un camino nuevo sin apenas base experimental que, a la vista de los años transcurridos, hemos de clasificar de genial y de un talento extraordinario. Ese acercamiento a la originalidad, a la inteligencia más pura duró lo que duró y con el paso del tiempo se difuminó en una serie de obras repetitivas por parte de quienes para ocultar su falta de aquel extraordinario talento, se sumaron a las tendencias llenándolas de mediocridad.

En cierto modo el “todo vale” se adueñó de la situación y aquí volvemos a encontramos con el dilema; ¿es ésta una nueva estética…?, o en aras de su difícil definición hemos llegado al siglo XXI con la destrucción definitiva del término. ¿Esa fragilidad descriptiva que comportaba la palabra, ha terminado por acabar con el sentido que tenía o mejor dicho intuíamos que tenía…? Al mismo tiempo el receptor natural del trabajo de los artistas, en definitiva, el público, ha acabado por aceptar la veracidad o mejor dicho la validez de toda esa cantidad de vulgaridad que tras el eufemismo de la palabra “Arte” ha inundado la parcela más sensible de su intelecto. Con ello, evidentemente, tomamos partido ante la triste situación actual de las artes y definitivamente planteamos aquí la necesidad de acotar de una vez por todas el término del que hemos querido hablar hoy.

Posiblemente la definición, en definitiva, nos vendría dada simplemente como una forma colectiva de apreciar la belleza. Y ahí radica el verdadero sentido de la estética. El problema está, pobres de nosotros, cuando ese sentido global se ve influenciado por una serie de personajes que al contrario de aquellos que rompieron de una manera excepcional y genial con los cánones hace un siglo no son más que unos seres mediocres que a lo sumo a lo que aspiran es a llenarse los bolsillos con la falta de criterio de la mayoría. Y una cosa llevaría a la otra y esa falta de criterio no sería mas que el resultado de una formación que ha venido degenerando en estos tiempos. Una educación convertida en una suma de conocimientos supuestamente tecnológicos y de carácter pragmático y por ello, sin ninguna base humanística que al fin y al cabo fue siempre la esencia de la pedagogía.

Es verdad para finalizar, que puede ser que haya muchas maneras de apreciar la estética, pero al menos deberíamos tener el criterio suficiente para crearnos sin ningún tipo de alienación, nuestro propio concepto del término. Ni siquiera pido que se resuma su definición a una mera percepción de la belleza que es una palabra de uso muy personal, individual en definitiva. Que cada cual con convencimiento propio defina su propia estética. Sin intermediarios….